lunes, 27 de enero de 2014

Abuela.

Evoco todos aquellos recuerdos, todos esos buenos recuerdos en los que caminabas de mi mano cuando comenzaba a andar, cuando calmabas mi llanto cada vez que tropezaba y me daba contra el suelo, y ojalá aún lo hicieses, porque es cuando más te necesito.  Recuerdo todas esas historias que perviven en mí más que nada. Recuerdo tantas cosas de tí, que lo último que olvidaría sería el sonido de tu risa y tus enormes ojos grises enterrados en esa pálida piel arrugada tras el cristal de tus gafas. Recuerdo cada noche que me abrazaste en una pesadilla y controlaste mi miedo.
Tantas promesas nos hicimos que me faltarían años para nombrarlas todas. Te echo de menos, más que a nadie.
Echo de menos que tomes mi mano para enseñarme a enfrentarme a la vida, abuela. Hay tantas veces que me gustaría volver a verte, únicamente para darte gracias por todo lo que me enseñaste, para pedirte que no te volvieras a ir nunca más y decirte mil veces que lo siento por todo lo que haya hecho que haya podido decepcionarte.
Para mí, abuela, siempre estás en todos lados. Te veo cada mañana al despertarme, cada día en el colegio, en la caligrafía y en las faltas de ortografía, te veo en el cielo azul y en el océano. Hay tantas cosas que me recuerdan a tí, como la música, tantas canciones que cantamos juntas y tantas historias y secretos que compartimos.
Hay veces que me veo sentada sola, con un invierno en mí, y recuerdo aquellos tiempos en los que no había dolor en mi inocencia. Me protegías, y lo agradezco.
Hay veces, que me gustaría no aferrarme a tus recuerdos cada vez que te echo de menos, me gustaría aferrarme a tí, al menos, una última vez.

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