lunes, 9 de diciembre de 2013

5ª Sinfonía, Beethoven.

Treinta y tres minutos y cuarenta y tres segundos de puro nervio.
Primer segundo y es como el cielo en una tormenta eléctrica, primero se encuentra amansado y en menos de un latido, un relámpago refulge con todo su esplendor en  mitad del oscuro cielo, todo parece elegante ahora, lo hace elegante. Comienza a relajar el ritmo y te encuentras envuelto en esa tormenta, azotándote los tímpanos. El sonido de los violines, aumentando desde un mezzoforte a un fortísimo. 
Sigue pareciéndome esas tormentas que acaban perdiendo densidad pero que de un momento a otro, un estrepitoso trueno enmudece al mundo, te deja sin palabras, te sientes desnudo pues aquello quita la grandeza a todo lo que pasa por dónde está y arrasa con todo, como un tornado, que adopta mayor velocidad  y tamaño por cada paso que da. Y en menos de un minuto, escuchas una lucha entre Apolo y Zeus. Apolo luchando por la paz, por la serenidad, el brillo del sol luciendo en el cielo, la belleza de la tranquilidad en la naturaleza, y Zeus, luchando por lo estrepitoso, por tormentas, por ruido, por fulgores morados en la bella cúpula azul grisácea, la lluvia golpeando todo a su paso empapándolo todo, y mientras tanto, el sol, tratando aparecer donde hay cualquier hueco entre toda aquella grandeza en la oscuridad. Y la tormenta gana, siempre gana, lo fuerte gana a lo débil, a lo delicado. Lo llena de grandeza oscura y elegante todo, y el cielo queda oscuro teñido de malva para siempre.

Tras la oscuridad, llega la calma, no todo puede ser oscuro para siempre, y ahora, todo está teñido por una fragilidad musical que parece envolverte en un abrazo, te deja llevar; como la cálida brisa de la primavera. Todo es sereno, te deja llevar como si estuvieses bailando en uno de esos salones de un palacio del siglo XVIII, lleno de florituras, decoraciones, y cosas bellas y extravagantes.
Este andante es como el efecto del éxtasis en tu organísmo, unos cambios constantes de velocidad que te hacen sentir desubicado del mundo en el que vives. Es como una balada de rock, en el que notas la añoranza en el pecho, que va abriendo una herida que evoca lo más profundo que hay en tí, pasando por todos los recuerdos, desde el más sereno, al más ácido hasta el más agridulce de ellos.
Es como la primavera, bella y delicada, rozando una melancolía etérea, casi inerte e inexistente.
No sabes a dónde te llevará, cual es su finalidad ni el destino que te espera cuando ésta te deja llevar, es como una montaña rusa, con sus altos que descienden con una sensación de ir a la velocidad de la velocidad de la luz, te arrastras hasta lo más profundo, y parece que no vas a salir de ahí, te sientes ahogado en tu propia agonía, pero cuando menos te das cuentas, ha acabado, ya has salido, para siempre, y no vas a volver a sentirlo igual, pues cuando vuelves a escuchar el segundo movimiento por segunda vez, ya no es igual a la primera vez, es distinto.

Me encuentro subiendo lentamente a la cúspide de la vida, como si no importase nada, nada me impide avanzar, veo la meta y me acompaña una alegre melodía, que parece cogerme de la mano, me da ese aliento que necesito para continuar, para subir, para acabar, para sentirme glorioso. Es lo que parece Beethoven susurrarte mientras escuchas esto. 
Brinda orgullo, alegría y toda la desidia que encontrabas antes, ya no está,
Pero todo aquello que mostraba alegría, no está, te encuentras una resistencia, y hace el ascenso más lento y te ves agonizado como a falto de aire, como si resbalases y cayeses una y otra vez.  Te duelen las manos las tienes rajadas y no te dejan apoyarte en nada pues sientes punzadas en cada uno de tus músculos, ya no está esa melodía que antes te acompañaba, y piensas que no va a volver a estar. Pero miras hacia arriba, y ves que queda nada, que en escasos pasos, estás en la cima, que has llegado, en tus último aliento, recoges las pocas fuerzas que te quedan y aumentan como una escala logarítmica, te encuentras glorioso, ahora sí, tienes todo lo que buscabas. Escalas y no te importa nada, te da igual todo lo que pase a tu alrededor, progresas, avanzas y de eso iba, progresas y cuando cojes carrerilla, ya nada te para, eres como un ciclón, como un maremoto, imparable, con la fuerza de algo recién salido de lo más profundo de la tierra.

Estás arriba, ya no hay más para subir, acabaste, llegaste al final, miras abajo, y recuerdas la dificultad del ascenso, y la plenitud que sientes al estar ahí en la cima, te sientes imparable, pero ya no te queda nada, y se acabó. Ya no volverás a sentir lo mismo cuando vuelvas a evocar el numero cinco, ni el nombre Sinfonía. 
Ha sido como la primera vez que la escuché, prestando atención a todos los detalles y haciéndola vibrar en mis oidos de una forma especial. 

1 comentario:

  1. Es una preciosa crítica músical, pero un poco larga, aún así, me ha gustado.

    ResponderEliminar